Un rayo de luz
brotó de su pecho
y como fuego penetro
mi corazón.
Para cauterizar
mis heridas,
para purificar mis
apegos desordenados.
Me hizo apto para amar,
fuerte para sufrir,
me dio la perseverancia
y una firme esperanza.
Porque su dulce mirada,
es como un rayo de luz,
cuyo mayor resplandor,
se manifiesta en su amor.
Pues la luz de sus ojos,
me dan esa lucidez,
para ver la vida,
desde otra perspectiva.
Y para que al verme al espejo,
pueda verme, como ella me ve,
pues ella sigue viendo a ese niño.
Mi corazón es suyo,
desde mi niñez
o que se yo quizás
desde antes de nacer.
Porque desde siempre
mi corazón se ha inclinado
hacia ella; ya que ella no es
mi debilidad sino mi fortaleza.
Y El Rosario es algo así
como el cordón umbilical,
que me mantiene unido a su amor
sin atarme, pues a venido a liberarme.
Ella ha sido esa amor
de mi niñez, quien me guió
en la adolescencia,
quien se manifestó en mi juventud,
con visitaciones de primavera.
En el otoño de mi vida
ella va conmigo,
no porque sea un santo,
ni el mejor testigo,
sino porque me ama.
Ojalá! Mi amor fuera un
amor celestial, como el de ella,
profundo como los mares,
inmenso como el universo,
un amor que no ata, sino libera.
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