“Escuche su voz
sin el ruido de las palabras
y cómo roció que cae suavemente
exclamó: Yo te amo sin un porqué
o para qué, yo te amo como una rosa
que por ser rosa perfuma el aire,
yo te amo vida mi y es que mi alma
por ti suspira...”
Luego vino un silencio reverecial,
como un manto que cubrió mi desnudez
y a la vez me revistió, para el menester
que preparaba.
Una mirada llena de amor infinito,
de piedad sin lastima,
de misericordia, que guarda en la memoria,
el amor de aquel niño que con sencillez le profesaba.
Un amor que trasciende el tiempo
y en el que no existe distancia,
si acaso el ancla de volver a vivir
su amoroso consuelo.
Un amor atemporal que corre
como agua mineral, en los manantiales
de profundidades inexpugnables;
un amor tan intenso que se expresa
sin la limitación de las palabras.
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